Como cada otoño y primavera, nos encontramos con ese fin de semana en el que dormimos una hora menos o una hora más, para deleite de trasnochadores o de dormilones. Los motivos de este cambio de hora son principalmente económicos, pero ¿Qué consecuencias tiene el cambio de horario para nuestra salud?
Hacia finales de marzo o de octubre nos encontramos con ese pequeño lío una noche de sábado a domingo, donde no sabemos si tenemos que atrasar o adelantar los relojes y si dormimos una hora menos o una hora más. En la madrugada del pasado sábado 29 al domingo 30 de octubre, pasamos de las 3:00AM a las 2:00 AM, dando así paso al horario de invierno. Artículo publicado en la revista Alimente el 03/11/2022.
En España por tanto nos encontramos en la actualidad en el CET (Central European Time) que adopta la mayor parte de Europa Continental, desde países al Este del continente como Polonia o los países balcánicos, hasta Francia. Algo que ya de por sí, es una distorsión por nuestra ubicación geográfica.
Los cambios al horario de invierno y de verano vienen definidos por la Directiva Europea 2000/84/CE, y afectan a todos los países miembros de la Unión. La motivación es adaptar los horarios de actividad económica conforme a los ciclos de luz y oscuridad para favorecer el ahorro energético, algo que en estos tiempos es sin duda, crucial.
El cambio de hora tiene un impacto negativo sobre la salud, desde el impacto en los ritmos circadianos, como metabolizamos los alimentos, hasta la secreción hormonal.
Sin embargo, en 2018, un sondeo entre más de 4.8 millones de europeos mostró el rechazo al cambio de horario estacional. Este sentir popular también tiene el apoyo de estudios científicos que corroboran las molestias y trastornos que todos sentimos con el cambio de horario, especialmente al de verano. La abolición del cambio llegaría supuestamente en el año 2021, pero la pandemia por COVID-19 retrasó este hecho, “Ni nuevo huso ni cambio de hora: todo seguirá igual (y en estudio) hasta 2021“, El Confidencial, marzo 2019.
Existe además otra barrera: no todos los países están de acuerdo en qué horario adoptar. Algunos mediterráneos optan preferentemente por el horario de verano, mientras que otros preferirían mantener el de invierno. Esto añade complejidad a la hora de adoptar una estrategia unificada para toda la Unión Europea.
Efectos sobre la salud.
Que el cambio de hora tiene un impacto negativo sobre la salud es indudable. Nuestro lector habitual ya conoce los ritmos circadianos y el impacto que tienen sobre toda nuestra biología: desde como metabolizamos los alimentos, “Alimentos para cada hora del día. ¿Existe la crononutrición?“, Gente Sana, abril 2019, hasta la secreción hormonal.
El cambio de horario supone una disrupción de nuestros ritmos circadianos, que afecta a todo nuestro organismo. Más allá de las implicaciones más inmediatas y manifiestas, como las alteraciones del sueño y el descanso, lo cierto es que todas las células de nuestro cuerpo tienen genes relacionados con este reloj interno. La concesión del Nobel de Medicina en 2017 a sus descubridores, es buena muestra de su importancia.
Las implicaciones del cambio horario sobre la salud alcanzan a su relación con un mayor riesgo de infarto de miocardio o de ictus. Un meta-análisis del año 2019, reunió los datos procedentes de siete estudios y más de 115.000 personas, comparando el riesgo de infarto en las semanas posteriores al cambio de hora, frente a las anteriores como control. El estudio encontró un riesgo de infarto un 5% mayor con el cambio al horario de verano, mientras que durante el cambio de invierno la diferencia apenas llegó al 1%, “Daylight Saving Time and Acute Myocardial Infarction: A Meta-Analysis“, PubLMed, marzo 2019.
No sería sorprendente que un análisis a fondo del impacto del cambio horario y de sus costes sobre la productividad, la salud o la accidentalidad, supusiera un gasto aun mayor que el del ahorro energético.
Lo que refuerza este estudio es que el impacto del cambio al horario de verano es mayor que en el caso del horario de invierno. Puede llevar hasta cuatro semanas adaptarse tras este cambio, e incluso más con un cronotipo nocturno (búhos) frente a los que tienen el cronotipo matutino (alondras) o el mixto. Otro estudio encontró también que la mortalidad total aumentó un 3% en la semana posterior al cambio de verano, y permaneció sin cambios durante la transición al horario de invierno, “Daylight Saving Time Transitions: Impact on Total Mortality“, PubLMed, marzo 2020.
Otro interesante análisis en datos procedentes de nada menos que 150 millones de pacientes de bases de datos de salud estadounidenses y suecas, encontró un impacto negativo del cambio de hora, de nuevo especialmente hacia el horario de verano. Los autores estiman que cada primavera, el cambio horario resulta en 150.000 eventos de daño a la salud en EEUU y unos 880.000 a nivel mundial, “Measurable health effects associated with the daylight saving time shift“, NIH, junio 2020.
Más de un cuarto de la población mundial está sujeto a los cambios estacionales de hora por lo que, al analizar su impacto, cualquier efecto por pequeño que parezca debe valorarse teniendo ese dato en cuenta. A estos efectos directos sobre la salud relacionados con la disrupción metabólica, añadiríamos la mayor carga de accidentes laborales y de tráfico, especialmente durante las 48 horas posteriores a los cambios de horario, “Accident rates and the impact of daylight saving time transitions“, PubLMed, febrero 2018.
Los autores estiman que cada primavera, el cambio horario resulta en 150.000 eventos de daño a la salud en EEUU y unos 880.000 a nivel mundial
Las implicaciones económicas de estas pérdidas de salud son complejas de evaluar, pero podrían superar a los del ahorro energético. De hecho, un reciente meta-análisis encontró que el cambio de hora supone un ahorro de energía eléctrica del 0,34%, y no de forma homogénea en todos los países (los cercanos al ecuador gastan más energía, mientras que los más alejados son los que más ahorrarían), “Does Daylight Saving Save Electricity? A Meta-Analysis“, IAEE,
A pesar de la importancia del ahorro energético en las circunstancias actuales, no sería sorprendente que un análisis a fondo del impacto del cambio horario y de sus costes sobre la productividad, la salud o la accidentalidad, supusiera un gasto aun mayor que el del ahorro energético. El debate está abierto.
A la espera de decisiones.
Seguimos pendientes de que los políticos tomen cartas en el asunto y de manera definitiva cierren una cuestión abierta a debate. No solo en cuanto a abolir los cambios de horario, sino también en cuanto a cuál sería el que regiría de forma permanente.
Según el barómetro del CIS, los españoles prefieren el horario de verano, por su componente lúdica (más horas de luz al salir de trabajar). Pero con este horario, en los meses de invierno faltaría luz por la mañana (no amanecería hasta las 9:30) y en los de verano, anochecería demasiado tarde (a las 22:30). Esto desajusta enormemente el reloj interno.
El sueño, el descanso, y el respeto a la ritmicidad biológica son probablemente a lo que menos atención se le presta, pero un impacto profundo en nuestro bienestar, individual y como sociedad.
Los expertos en sueño señalan que, para España, lo más recomendable para la salud sería mantener permanentemente el horario de invierno (GMT+1). De esta manera, tendríamos una mayor cantidad de horas de luz durante la franja laboral mayoritaria (de 8 de la mañana a 5 de la tarde). Geográficamente, nos correspondería el horario de nuestros amigos canarios (una hora menos) y que también tienen Portugal o Reino Unido), pero esa propuesta del horario de invierno permanente parece una solución de consenso.
Esperemos que más pronto que tarde podamos dejar estos vaivenes, y que tengamos unos horarios más acordes a los ciclos de luz y oscuridad y que vayan en paralelo con los de nuestra actividad diaria. El sueño, el descanso, y el respeto a la ritmicidad biológica son probablemente “el patito feo” de la salud, al que menos atención se presta, pero que tienen sin duda un impacto profundo en nuestro bienestar, individual y como sociedad. Prestémosle la atención que merece.
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