La betaína es un nutriente relativamente poco conocido con funciones relacionadas con las vitaminas del grupo B y con gran potencial para la mejora de la salud hepática, cardiovascular e incluso como regulador de la inflamación en los deportistas.
La betaína es un derivado del aminoácido glicina, siendo de hecho su otra denominación la de trimetilglicina o TMG. La betaína se identificó por primera vez en el siglo XIX en la remolacha, recibiendo por ello su nombre (la denominación científica de la remolacha es Beta vulgaris). Además de en este tubérculo, esta sustancia se encuentra en abundancia en alimentos como la espinaca, los moluscos o el trigo. La betaína también puede ser sintetizada en el organismo, a partir de otro nutriente poco conocido, pero de gran importancia, como es la colina, “Colina, el nutriente olvidado“, Gente Sana, octubre 2019. En el organismo la betaína es especialmente abundante en el riñón, donde ayuda al mantenimiento del balance de electrolitos, y en el hígado. Artículo publicado en la revista Alimente el 26/10/2021.
La importancia biológica de la betaína es su capacidad para donar a otras moléculas, una parte denominada grupo metilo. Esto es importante porque gracias a esa acción (llamada metilación) la betaína facilita la transformación de la homocisteína en metionina. Esto tiene importantes implicaciones tanto para la salud cardiovascular (niveles elevados de homocisteína se asocian a riesgo cardiovascular “Homocisteína: un biomarcador poco conocido“, Gente Sana, noviembre 2020, como para la salud hepática.
Papel hepatoprotector.
Uno de los primeros usos potenciales que se encontraron para la betaína fue como agente terapéutico ante la esteatosis hepática. Este término hace referencia a la acumulación de grasa en el hígado asociada a un estado de inflamación, y que es un paso previo al desarrollo de la cirrosis hepática o cáncer de hígado y una de las principales causas de trasplante hepático. El alto consumo de alcohol, se asocia con la esteatosis hepática, pero también la obesidad y el síndrome metabólico, en lo que se denomina el hígado graso no alcohólico, una enfermedad cada vez más frecuente.
La observación de que la betaína reduce o previene la acumulación de grasa en el hígado, llevó a estudiar su uso para atenuar las alteraciones hepáticas. No hay ningún tratamiento aprobado, para el hígado graso no alcohólico, estando varios fármacos en fase de ensayos clínicos,“Drugs for Non-alcoholic Steatohepatitis (NASH): Quest for the Holy Grail“, PMC (US National Library of Medicina), febrero 2021. Entre otros mecanismos, la betaína reduce el estrés oxidativo y la inflamación hepática, y estimula los mecanismos que utilizan las grasas para la obtención de energía, reduciendo a la vez su producción.
Una sustancia clave en la salud hepática es la S-adenosilmetionina (abreviada SAM) de la que en el hígado se consumen diariamente entre 6 y 8 gramos, una cantidad importante. Esta sustancia puede formarse bien a partir de la homocisteína, gracias a la betaína, o bien por otra ruta en la que participan la vitamina B12 y el ácido fólico. El consumo de alcohol es fatal para el hígado, ya que reduce enormemente los niveles de estas dos últimas vitaminas, lo que a su vez hace que se desplomen los niveles de SAM. Esto eleva el estrés oxidativo y inflamación hepática. Estudios en animales han demostrado como la suplementación con betaína ayuda a atenuar el efecto del alcohol, al recuperar los niveles de SAM por esa otra ruta alternativa.
Una reciente revisión sobre el uso de betaína en la enfermedad hepática demuestra su efectividad en ensayos animales para reducir o prevenir el daño hepático inducido por el alcohol o dietas inadecuadas. Sin embargo, tan solo se han desarrollado cuatro ensayos clínicos en humanos hasta la fecha. Los autores señalan la necesidad de profundizar en estudios en humanos, dado el bajo coste, efectividad potencial, e inocuidad de la betaína, “Role of betaine in liver disease-worth revisiting or has the die been cast?”, PubLMed, octubre 2020.
Estudio en futbolistas.
Un estudio reciente desarrollado en la Universidad de Extremadura con futbolistas profesionales encontró que la suplementación con betaína durante 14 semanas redujo los marcadores de inflamación entre un 24% y un 40% al final de la temporada, mientras que en el grupo de jugadores que no se suplementaron, los aumentaron en un 26%, “Effects of 14-weeks betaine supplementation on pro-inflammatory cytokines and hematology status in professional youth soccer players during a competition season: a double blind, randomized, placebo-controlled trial“, PubLMed, junio 2021. Los autores señalan que esto puede ayudar a la recuperación de los jugadores, reducir el riesgo de lesión, y prevenir el sobreentrenamiento.
Lo cierto es que la betaína ha demostrado ser capaz de modular la inflamación, además de favorecer la formación de poderosos antioxidantes como el glutatión o la ya mencionada SAM. En concreto, inhibe la activación del factor nuclear kappa B (NF-kB). Esta ruta está activada de forma crónica en numerosas enfermedades, y de hecho es uno de los objetivos de nuevos fármacos biológicos que intentan atenuar sus síntomas, “La inflamación crónica: el asesino silencioso“, Gente Sana, diciembre 2020.
La betaína, además, podría ser beneficiosa para mejorar la composición corporal al reducir la acumulación de grasa, favoreciendo la utilización de ésta para la obtención de energía, “Effects of betaine on performance and body composition: a review of recent findings and potential mechanisms“, PubLMed, abril 2024.
Betaína y riesgo cardiovascular.
La relación entre betaína y la ya mencionada colina, y el riesgo cardiovascular, es de doble filo. Por un lado, existen sospechas de que ambas sustancias podrían aumentar el riesgo cardiovascular, a través de la producción de una sustancia denominada trimetil amina N-óxido, o TMAO. Este descubrimiento relativamente reciente puso en el punto de mira alimentos ricos en estos nutrientes como la carne roja por su contenido en carnitina, que también puede ser fuente de TMAO con participación de la microbiota intestinal, “Carne roja y corazón: ¿Cuál es el vínculo?“, Gente Sana, septiembre 2019.
La otra cara de la moneda es que la betaína es potencialmente beneficiosa, ya que puede ayudar a reducir los niveles de homocisteína en sangre. Niveles elevados de esta sustancia se asocian con mayor riesgo cardiovascular. Como hemos mencionado, la betaína ayuda a transformar la homocisteína en metionina, inhibiendo por tanto su efecto negativo.
En relación al primer punto, una revisión sistemática que analizó los datos de más de 184.000 individuos, no encontró una relación entre la ingesta dietética de betaína y colina, y el riesgo de enfermedad cardiovascular o muerte por esta causa, “Dietary Choline and Betaine and Risk of CVD: A Systematic Review and Meta-Analysis of Prospective Studies“, PubLMed, julio 2017.
Afortunadamente, también contamos con una revisión exhaustiva sobre la suplementación con betaína y su efecto en marcadores de riesgo cardiovascular. Y se confirma el racional a partir de la bioquímica y de los estudios en animales. La suplementación con hasta 4 gramos al día de betaína, reduce los niveles de homocisteína de forma significativa, sin efectos adversos. Dosis mayores han resultado en algunos estudios, en una elevación de los triglicéridos o de los niveles de LDL. Por tanto, lo ideal sería mantenerse por debajo de esos 4 gramos, “Effects of betaine supplementation on cardiovascular markers: A systematic review and Meta-analysis“, PubLMed, marzo 2021.
A la espera de más datos.
Como ya hemos mencionado en alguna ocasión, nutrientes como las vitaminas o los minerales reciben toda la atención. Sin embargo, existen nutrientes clave, no tan conocidos como la betaína, o la colina, de los que es común la deficiencia dietética, y que tienen un potencial terapéutico enorme. En el caso del hígado graso no alcohólico, conozco de cerca dietistas-nutricionistas que gracias a dietas ricas en betaína y en colina y a la pérdida de peso han obtenido resultados sorprendentes. Algo, para lo que por el momento no contamos con tratamiento farmacológico aprobado.
Lo cierto es que, analizando el funcionamiento de los ciclos bioquímicos, es de lógica que una carencia de alguna de las sustancias participantes en ellos, puedan detenerlos o ralentizarlos, con impacto importante para la salud. La suplementación con betaína es una intervención sencilla, segura, de bajo coste, y que puede resolver el problema en su origen. Tal vez antes de desarrollar nuevos tratamientos, sería interesante estudiar a fondo el uso de esta terapia segura, para optimizar su utilización clínica.
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