Para estar sano, ¿Qué es más importante, comer bien o hacer ejercicio? – ¿Existen los fofisanos?. Que hacer ejercicio y llevar una buena dieta es necesario para una buena salud, nadie lo discute a estas alturas. Pero cuando se trata de determinar cual de los dos factores priorizar, comienzan las dudas. ¿Es más importante la dieta o el ejercicio?
Es conocido que una mala dieta, el sedentarismo, y la falta de actividad física, son algunos de los principales factores de riesgo de enfermedades como la cardio y cerebrovascular, el cáncer o la diabetes. Ahora bien, ¿es más importante el ejercicio, o la dieta? Se dice que no se puede “huir corriendo” de una mala alimentación, aun a pesar de algunas anécdotas que podrían indicar lo contrario. Artículo publicado en la revista Alimente el 24/03/2021.
Sería el caso de deportistas de élite como Michael Phelps, el cual durante los Juegos Olímpicos de Pekin en 2008, no tuvo más remedio que introducir alimentos procesados de altísima densidad energética, para poder comer cada día hasta 12.000 calorías, unas 5 veces lo recomendado para el común de los mortales. O el ejemplo de Mark Haub, un profesor universitario que para demostrar a sus alumnos el efecto del balance calórico, hizo su experimento de la “twinkie diet”. Controlando su ingesta energética, consiguió perder peso y mejorar sus analíticas, con una dieta basada en unas barritas dulces, galletas, cereales y doritos. Perdió 12 kilos en dos meses, reduciendo su dieta de 2.600 a 1.800 calorías diarias.
¿Existen los fofisanos?
El caso es que, aunque sea intuitivamente, podemos sospechar que ni sedentarios con una dieta saludable ni activos con una dieta deleznable, conseguiremos los máximos beneficios para nuestra salud. Y aquí entra en juego una de las paradojas que lleva tiempo acompañándonos: los “fofisanos” o “fat but fit” en versión anglosajona. Según los estudios epidemiológicos del Prof. Blair de los años 90, estaríamos aquí ante individuos cuyo índice de masa corporal (IMC) estaría fuera del rango saludable, pero que, sin embargo, muestran una capacidad cardiorrespiratoria y analíticas dentro de los límites normales y cuya morbi-mortalidad no se ve afectada por el sobrepeso.
Existen principalmente dos patrones de acumulación de grasa: subcutánea, bajo la piel, y visceral, rodeando nuestros órganos en el abdomen (hígado, riñones, intestinos…) y el tórax (grasa epicárdica que envuelve el corazón). Pues bien, estos individuos “sanos con sobrepeso” acumulan predominantemente grasa subcutánea, michelines para ser más claros. Por el contrario, es la acumulación de grasa visceral la que se asocia principalmente con un aumento del riesgo cardiovascular, se presenta como la conocida “tripa cervecera”, esa tripa tensa, turgente a la que es difícil de coger un michelín. Por ello, la medición del perímetro de cintura y su relación con el de la cadera, es un parámetro sencillo pero efectivo para valorar este riesgo.
Individuos con un IMC de 22 (dentro del normopeso) con una relación de perímetro de cintura-cadera de 1, tienen un riesgo de mortalidad un 87% mayor que aquellos con una relación de 0,89.
Esto explica hallazgos de estudios donde para el mismo IMC, se comparaba el riesgo de mortalidad total y por infarto, en función del índice cintura-cadera, “Normal Weight Central Obesity: Implications for Total and Cardiovascular Mortality“, PMC, noviembre 2010. Los resultados hablan por sí solos. Por ejemplo, en individuos con un IMC de 22 (dentro del normopeso) aquellos con una relación de perímetro de cintura-cadera de 1, tenían un riesgo de mortalidad un 87% mayor que aquellos con una relación de 0,89.
¿Cuál sería la causa de esta gran diferencia? Algo que cada vez está cobrando más importancia en la prevención de enfermedades crónicas: La inflamación crónica, ese asesino silencioso del que ya hablábamos recientemente, “La inflamación crónica: el asesino silencioso“, Gente Sana, diciembre 2020. Esto se ha podido comprobar en individuos con obesidad mórbida analizando su sensibilidad a la insulina y la distribución de su grasa corporal, “Insulin-sensitive obesity“, American JHournal of Physiology, septiembre 2010. Los sensibles a la insulina, es decir los que sus células respondían a la insulina, acumulaban grasa principalmente bajo la piel, mientras que los resistentes a la insulina, presentaban obesidad central, esto es, acumulación de grasa visceral, que además se encontraba inflamada. Precisamente, la infiltración de macrófagos alrededor de los adipocitos, las células que acumulan grasa, fue el parámetro que mejor predecía la resistencia a la insulina en estos individuos, y que se asocia la inflamación crónica.
No tan sanos
¿Serían esos “fofisanos” realmente sanos? Porque a pesar de acumular grasa corporal, si no hay inflamación, podría haber un riesgo reducido de enfermedad cardiovascular o diabetes. No está tan claro. Investigadores españoles, de la mano de Alejandro Lucía, han analizado los datos de salud de más de medio millón de trabajadores, procedentes de una mutua de accidentes de trabajo, “Joint association of physical activity and body mass index with cardiovascular risk: a nationwide population-based cross-sectional study“, Oxford Academy, enero 2021. Y los resultados no pueden ser más contundentes: No se puede ser obeso y sano a la vez, ni siquiera siendo activo. Aquellos obesos o con sobrepeso tenían mayor riesgo cardiovascular que aquellos con normopeso, de forma independiente a su nivel de actividad física. De hecho, los obesos activos tenían el doble de riesgo de tener el colesterol elevado, cuatro veces mayor riesgo de diabetes y cinco veces mayor riesgo de hipertensión, que aquellos con normopeso e inactivos.
Entrando más al detalle, no podemos olvidarnos de que el índice de masa corporal es un parámetro que no cuenta toda la historia. Si solo nos fijamos en el IMC, podemos encontrar anécdotas como la de una deportista británica a la que se le recomendó perder peso en un reconocimiento médico, por tener un IMC por encima de la normalidad (con una alta masa muscular y bajo porcentaje graso). O por el otro extremo, los llamados “skinny fat”, delgados obesos o “gordiflacos”, personas con una apariencia e IMC de delgadez, pero con una baja masa muscular, porcentaje graso elevado, y alteraciones metabólicas.
La composición corporal, o la relación entre masa muscular y masa grasa es importante, dado el comportamiento metabólico de ambos tipos de tejido.
La composición corporal, o la relación entre masa muscular y masa grasa es importante, dado el comportamiento metabólico de ambos tipos de tejido. En definitiva, es el músculo el que consume glucosa y energía y además, actúa como un órgano endocrino produciendo toda una serie de sustancias con beneficios a nivel cardiovascular, como las mioquinas, “Exercise benefits in cardiovascular disease: beyond attenuation of traditional risk factors“, PubLMed, diciembre 2018. En esta línea, hace pocos días, investigadores del grupo EXERNET liderado por Ignacio Ara de la Universidad de Castilla la Mancha, han publicado un trabajo en el que se analiza el efecto de la masa muscular en la mortalidad en personas mayores, “‘Fat but powerful’ paradox: association of muscle power and adiposity markers with all-cause mortality in older adults from the EXERNET multicentre study“, BMJ, 2020.
La idea era comprobar si la masa muscular es un factor protector incluso a pesar de tener sobrepeso por acumulación de grasa (la combinación “Fat but powerful”). Los investigadores encontraron que los mayores con más fuerza tienen un menor riesgo de mortalidad a 9 años, de forma independiente a su IMC, perímetro de cintura, o porcentaje de grasa corporal, si bien esta última reducía los beneficios de tener una buena masa muscular.
¿Es por tanto más importante la dieta o el ejercicio?
Tras estudiar el nivel de actividad física en los Hadza de Tanzania, una población con un estilo de vida tradicional, y compararlo con el de los occidentales, el investigador Herman Pontzer ha llegado a la conclusión de que se sobreestima el efecto de la actividad física para la pérdida de peso. Comprobó que los Hadza, con un estilo de vida activo, consumen aproximadamente el mismo número de calorías que un occidental sedentario. La diferencia está, en cómo las consumimos. Si gastamos más haciendo ejercicio, consumimos menos en otros sistemas como el inmune.
Así, Pontzer aconseja que alguien que quiera perder peso, se centre en la dieta más que en el ejercicio, si bien reconoce que este último confiere otros beneficios para la salud. El autor acaba de publicar un libro titulado “Burn”, donde resume sus tesis. Puede que efectivamente, el ejercicio no sea toda la respuesta en lo que a pérdida de peso se refiere. Un reciente ensayo clínico ha encontrado que aumentar la dosis de actividad de 225 a 300 minutos a la semana, no produjo una mayor pérdida de peso, tras un año de intervención “A Randomized Trial Evaluating Exercise for the Prevention of Weight Regain“, The obesity Society, diciembre, 2020.
En definitiva y de todo lo anterior, podemos sacar algunas conclusiones: el peso no lo es todo; el ejercicio es imprescindible para una buena composición corporal y para mejorar la salud cardiovascular. La alimentación, además de no aportar un exceso de energía, debe ser de buena calidad para no avivar el fuego de la inflamación crónica. Aspiremos por tanto a no ser delgados obesos, ni obesos sanos: estaríamos engañándonos.
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