El pasado 14 de marzo, la Agencia EFE publicó en su sección “Las Firmas de EFE” el artículo del Dr. Durántez titulado “Envejecimiento, hormonas y hormonofobia” que podrás visitar en el enlace.
Transcribimos el artículo integro aquí para más comodidad del lector.
El incremento de la esperanza de vida media en el último siglo en los países desarrollados ha sido de unos 30 años. Muchas de las mujeres nacidas a mediados del siglo XIX no llegaban a vivir en menopausia o tan solo vivían en este estado unos pocos años.
La mayoría de las mujeres españolas pasan más tiempo de su vida sin regla que con ella.
Teniendo en cuenta la edad media de la menarquia (primera menstruación), en torno a los 12-13 años, y la edad media de la menopausia (retirada de la regla), en torno a los 47-53 años, la mayoría de las mujeres españolas pasan más tiempo de su vida sin regla que con ella y el tiempo de vida en menopausia se acerca a la vida fértil de una mujer.
Si bien el hombre no sufre un cambio fisiológico tan acentuado como la menopausia de la mujer y el término de andropausia es controvertido, no es menos cierto que acusa los efectos vinculados a la disminución de sus niveles hormonales en lo que se denomina el síndrome de déficit androgénico del hombre adulto.
El ser humano, al igual que la mayoría de los seres vivos, está sometido a la Senescencia Programada, a envejecer una vez cumplida su función principal de reproducirse y criar a su descendencia. Haciendo unos simples cálculos podríamos llegar a la conclusión de que esta función “impuesta” por la Madre Naturaleza, podría quedar resuelta en torno a los 40 años.
Precisamente esa edad marca el umbral de lo que se conoce como la “vida libre de enfermedad”, a partir de la cual se produce un declive de la funcionalidad y comienzan a desarrollarse las enfermedades relacionadas con el proceso de envejecimiento; la enfermedad cardiovascular, el cáncer, la diabetes, la enfermedad neurodegenerativa y las del aparato locomotor; artrosis, osteoporosis y sarcopenia. Por tanto, es el propio envejecimiento el principal causante de estas enfermedades.
Son múltiples las teorías que intentan explicar el envejecimiento y esta senescencia programada. Teorías estocásticas (por causas aleatorias) y teorías deterministas (por causas programadas). Pero ya sean aleatorias como el cúmulo de desechos intra y extracelulares o de radicales libres, mutaciones genéticas, deterioro inmunológico, o programadas como la capacidad limitada de la replicación celular o la existencia de genes vinculados al envejecimiento y a la longevidad, el resultado final será el deterioro funcional, la enfermedad y finalmente la muerte.
En 2013 el profesor Carlos López Otín publicó en la revista Cell el artículo que, a día de hoy, enumera las causas moleculares del envejecimiento que afectan a todas nuestras células somáticas, ya sean neuronas, miocitos, osteoblastos o enterocitos, por decir algunas. Por supuesto las células de nuestro sistema endocrino también se ven afectadas y por tanto la producción de hormonas.
En términos generales los niveles plasmáticos de la mayoría de nuestras hormonas disminuyen con el envejecimiento, excepto dos de ellas, el cortisol y la insulina.
Algunas de las hormonas comienzan su declive en la década de los 20, otras más tarde. Algunas sufren un declive sostenido de un 1 % o 2 % anual, como la testosterona, y otras tienen una disminución brusca como los estrógenos y la progesterona en la menopausia.
De cualquier manera, este declive hormonal se asocia a una serie de síntomas y signos que son el espejo del propio envejecimiento; falta de vitalidad y energía, aumento del tejido graso subcutáneo y visceral, disminución de la masa muscular, disminución de las capacidades físicas, disminución de la función sexual y la libido, sequedad vaginal, disfunción eréctil, piel y cabello finos y frágiles, labilidad afectiva, cambios de humor, dificultad para conciliar el sueño, sueño no reparador… Muchos de estos síntomas revierten con una apropiada optimización de los niveles hormonales a los rangos de normalidad de un ser humano joven.
En esta tesitura podría plantearse la terapia de optimización hormonal como un tratamiento antienvejecimiento, pero no es así estrictamente. El proceso de envejecimiento seguirá adelante con o sin optimización hormonal. Lo que sí es cierto es que muchos de los síntomas y signos que caracterizan al envejecimiento se pueden frenar o posponer con una adecuada terapia de optimización hormonal mejorando la funcionalidad y calidad de vida. Existen miles de estudios científicos que así lo avalan.
Otro tema es el efecto que este tipo de tratamiento podría tener sobre la evolución natural de las enfermedades relacionadas con el proceso de envejecimiento. ¿Las acelera, las frena o tiene un impacto neutro?
A medida que se van acumulando evidencias científicas la balanza se va inclinando a favor del efecto beneficioso en la prevención de estas enfermedades.
Tras el gran impacto que produjo la publicación del estudio WHI (Womens Health Initiative) en 2002 al vincular la THS (terapia hormonal sustitutiva) con un ligero incremento del cáncer de mama y de eventos cardiovasculares en mujeres menopáusicas, el tratamiento hormonal cayó en descrédito y se instauró entre médicos y pacientes un sentimiento de hormonofobia que todavía hoy persiste, aunque poco a poco va diluyéndose.
Las hormonas utilizadas en aquel estudio no eran hormonas humanas, fueron estrógenos de yegua embarazada y el acetato de medroxiprogesterona. Ni los primeros ni el segundo tienen la misma composición molecular que el estradiol y la progesterona de los humanos.
Finalmente se comprobó que el incremento del cáncer de mama se produjo por el acetato de medroxiprogesterona y que el incremento de los eventos cardiovasculares en gran parte fue atribuido a una selección errónea de las participantes del estudio; mujeres de una edad media de 63 años (llevaban unos 10 años en menopausia) que no habían sido tratadas previamente con THS y a las que no se les evaluó su estado de salud cardiovascular previo. Este incremento de patología no se ha comprobado cuando las hormonas utilizadas son las naturales de la mujer.
En el caso de la testosterona, el cáncer de próstata y la enfermedad cardiovascular en los hombres, ha ocurrido algo similar. Desde que el Dr. Abraham Morgentaler publicara en el New England Journal of Medicine en 2004 el artículo titulado “Risks of Testosterone-Replacement Therapy and Recommendations for Monitoring”, la asociación de la terapia con testosterona, el cáncer de próstata y la enfermedad cardiovascular ha dado un giro de 180 grados; de ser inductora a ser protectora.
Así las cosas, a día de hoy, son muchos los médicos y los pacientes, mujeres y hombres, que valoran y optan por la realización de una terapia de optimización hormonal para mantener o mejorar su funcionalidad y calidad de vida y prevenir las enfermedades relacionadas con el proceso de envejecimiento. Igualmente, el posicionamiento de las sociedades científicas va adaptándose lenta pero irremediablemente a los avances de la ciencia.
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