En los últimos años está habiendo un gran interés por el conocimiento profundo de las causas del envejecimiento y los posible mecanismos para frenarlo, sino revertirlo. Esto ha generado a su vez un interesante debate sobre las consecuencias del alargamiento artificial de la vida en la sociedad, la economía, la medicina, la psicología, el urbanismo… Hay voces a favor y voces en contra de dedicar esfuerzos y recursos a la lucha contra el envejecimiento.
Recientemente mi hijo me mandó desde EEUU un artículo científico en contra de las investigaciones para alargar la esperanza de vida. Le propuse que me escribiera su opinión y aquí está su texto dentro de “El Blog de mis Pacientes”. Una interesante réplica de la que me hago eco.
En 2007 Martien A M Pijnenburg y Carlo Leget publicaron en el Journal of Medical Ethics un artículo titulado Who wants to live forever? Three arguments against extending the human lifespan (¿Quién quiere vivir eternamente? Tres argumentos en contra de alargar la esperanza de vida humana). En él los autores diferencian la investigación destinada a combatir las enfermedades relacionadas con la edad y la investigación enfocada a alargar la esperanza de vida. El artículo sólo critica la última, poniendo en duda que exista un valor intrínseco en el estar vivo más allá de lo que los autores consideran la esperanza de vida media, y para ello utiliza tres argumentos que analizaremos separadamente.
El primer argumento que aportan es el de la justicia. Para los autores la desigualdad en la muerte que existe hoy es un problema real que incrementaría si las personas más adineradas pudiesen prolongar su esperanza de vida muy por encima de las personas que no. Después de argumentar por qué la justicia social es objeto también de la bioética, prevén una objeción a su argumento: el hecho de que un tratamiento no vaya a estar al alcance de todos no justifica que sea inmoral su investigación y utilización.
Los autores replican que al haber recursos limitados para la investigación es inmoral invertir en la longevidad de unos pocos en cuanto a que se desatienden las necesidades de colectivos con esperanzas de vida muy reducidas. Realmente es un debate antiguo sobre la libertad-igualdad, probablemente la mayor fuente de discrepancia que ha tenido el ser humano en su historia. La razón de esto es que resulta fácil caer en el error intelectual de pensar que se puede ganar igualdad suprimiendo colectivamente la libertad individual, y que la libertad individual lleva a la desigualdad. La historia ha demostrado una y otra vez que ninguna de las dos afirmaciones son ciertas. Hoy nos parece impensable cuestionar la ética de que existan alimentos más caros en un supermercado argumentando que genera desigualdad. Por el contrario, sería incluso más fácil reflexionar que los márgenes de esos alimentos más caros permiten al supermercado ofrecer productos a precio de coste.
Por poner otro ejemplo mencionaré la industria automovilística, en la que los productores fabrican a la vez marcas de alta gama con altos márgenes que les permiten bajar el precio de otras de sus marcas. Es cuestionable el carácter injusto de las desigualdades producidas por el avance de los de arriba a más velocidad que el avance de los de abajo; pero es insostenible que impidiendo el desarrollo de tratamientos que no todo el mundo se va a poder permitir vaya a ser en sí mismo perjudicial para aquellos que no podrán.
El segundo argumento es el de la comunidad. Los autores explican las diferencias entre la antropología liberal en la que la comunidad es valorada según en que medida ayude a los individuos a llevar a cabo sus planes de vida, y la antropología comunitaria en la que la comunidad es valiosa en si misma ya que la relación entre las personas es parte de la definición del ser humano. Los autores adoptan este segundo punto de vista para argumentar que el aumento de la esperanza de vida, al ser un tratamiento individual, no tiene un valor intrínseco. Por el contrario, los autores opinan que sería valioso si fuese la comunidad la que aumentase su esperanza de vida al mismo paso.
En efecto aciertan al reconocer la importancia de las relaciones personales en el desarrollo de la vida humana. Sin embargo, fallan al afirmar que es la comunidad la que da sentido a una vida. Resulta pretencioso ignorar los sentimientos de los distintos individuos y sus planes de vida, y asignarles a todos por igual un propósito vital basado en la relación de unos con otros. Resulta incluso peligroso este argumento si se llevase al extremo de pensar que es la comunidad la que debe de decidir cuánto y de qué manera deben vivir sus miembros y cuándo y cómo éstos deben morir, todo en pro de la igualdad y de la antropología comunitaria, por supuesto.
El tercer argumento es el del sentido de la vida . Según este argumento, las tradiciones religiosas han dado un valor especial a la muerte ya que hace más insignificante la vida de uno mismo y por lo tanto favorece que la vida esté enfocada a los demás. Los autores afirman que las tradiciones religiosas son ricas y fuentes de experiencia antiguas, y por ello debemos dar por válido este punto de vista. Además, aportan ejemplos de momentos placenteros en la vida (tocar instrumentos, hacer deporte, leer un libro, hacer el amor y escribir) en los que según los autores el “yo” se desvanece y se disfrutan debido a que son absorbentes y hacen olvidarse al sujeto de sí mismos.
En primer lugar, el hecho de que una tradición antigua tenga un punto de vista sobre un aspecto, no lo hace válido por el simple hecho de la antigüedad. Pero más allá de esta fácil objeción al argumento, es muy comprensible que sean las tradiciones religiosas, encargadas de dar un significado a lo desconocido, las que hayan dado una naturaleza positiva a la muerte. Es más, hubiesen fallado en su propósito si no hubiesen mitigado el terror natural que tiene un ser humano al saber que va a morir.
En segundo lugar, en ninguna de las actividades que citan podríamos pensar que son más placenteras si la muerte se sabe más inminente. Por el contrario, si una persona supiese que va a vivir mucho tiempo dedicaría más atención a mejorar su habilidad con los instrumentos, mejorar en los deportes que practica, leer más libros, escribir más reflexiones y, por supuesto, desarrollarse sexualmente de forma más plena.
Es evidente para el lector que el texto busca argumentos ad hoc para justificar un miedo a vivir más, un miedo al cambio, una convicción moral inexplicable de los autores. Estamos acostumbrados a dar por hecho que vivir más y mejor es algo bueno incuestionablemente, pero no todo el mundo piensa así, y es muy interesante comprender por qué puede una persona estar en contra de ello.
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