La medición de biomarcadores clínicos es de gran importancia para el mantenimiento y la mejora de la salud. Lo que no se mide, no es susceptible de mejora, o al menos, no con criterio. Sin embargo, hay que replantearse la normalidad en relación a los valores estándar de referencia. Para prevenir la enfermedad y lograr un envejecimiento saludable, lo normal puede quedarse corto. Artículo publicado en la revista Alimente el 28/04/2021.
Los biomarcadores, esos parámetros que se miden en las analíticas y otras pruebas clínicas que todos conocemos, son indispensables para el control de la salud. El Instituto de Salud Norteamericano o NIH los define como “Característica medible objetivamente y evaluada como indicador de procesos biológicos normales, patogénicos o la respuesta farmacológica a una intervención terapéutica”. Podemos clasificar los biomarcadores en los “clásicos” relacionados con la salud (glucosa, colesterol, tensión arterial) o en los más novedosos relacionados con la longevidad (telómeros, estrés oxidativo, reloj epigenético, niveles de NAD+…) de los que habitualmente hablamos en este espacio. Como decía Lord Kelvin, físico y matemático británico del siglo XIX; “lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”.
Los valores de referencia, esos intervalos mínimo y máximo entre los que se considera la normalidad para ese marcador, se definen estadísticamente. A partir de muestras amplias de ese marcador en la población, se analiza la distribución que se observa en la famosa campana de Gauss y se definen unos rangos de normalidad que incluyen al 95,5% de la población.
Por lo general, estos valores de referencia son útiles como indicio para valorar si puede haber enfermedad, o para definir el nivel de riesgo. Sin embargo, existen varias incertidumbres en relación a los valores de referencia normales. Y, sobre todo, a la hora de definir cuáles son los niveles de referencia para optimizar el estado de salud y también, para mejorar la longevidad y la calidad de vida a largo plazo.
Debemos tener en cuenta que los rangos de referencia se obtienen estadísticamente a partir de los datos de la población. Pero lo normal, no necesariamente es lo óptimo si en esa población las enfermedades crónicas son prevalentes.
Se considera normal que en nuestro entorno aumente la tensión arterial con la edad. Sin embargo, la observación de poblaciones tradicionales demuestra que, en ellos, no se produce este aumento o se produce muy ligeramente. Es el caso de los indios Kuna de Panamá, donde se ha comprobado como aquellos que se trasladaron a vivir al entorno urbano de la capital, desarrollaron hipertensión que aumentaba con la edad, mientras que los que mantuvieron el estilo de vida tradicional, no lo hicieron, “Aging, acculturation, salt intake, and hypertension in the Kuna of Panama“, PubLMed, enero 1997.
Lo mismo sucede con los niveles de colesterol, donde estas poblaciones tradicionales muestran de media niveles mucho más bajos que los occidentales, “Low density Lipoprotein cholesterol target: Changing goal posts“, NCBI, diciembre 2012. Diversos estudios en poblaciones indígenas demuestran que la aterosclerosis apenas es existente incluso entre los mayores de 70 años. Sus niveles de colesterol total rondan los 100 a 150 mg/dL con cifras de LDL de 50 a 75 mg/dL. Compárese estas cifras con los valores superiores a 200 mg/dl para el colesterol total y de 130 mg/dL para el LDL en nuestro entorno.
Visto esto, la pregunta es ¿Quién quiere ser normal? ¿Es lo normal en una población occidental con un estilo de vida subóptimo, lo deseable? ¿podemos encontrar otros valores de referencia que optimicen nuestro potencial de salud?
Aparte del sesgo que acabamos de mencionar, hay que tener también en cuenta que en muchas ocasiones los niveles de referencia se definen en base a la prevención de una determinada enfermedad, analizando las diferencias entre los niveles de individuos sanos y los individuos enfermos. Un ejemplo sería el de los niveles de folato o vitamina B9, en sangre. Se establece un valor mínimo de folato eritrocitario (contenido en los glóbulos rojos) de 340 nmol/L para prevenir los niveles altos de homocisteína, vinculada con la enfermedad cardiovascular, cáncer, demencia y diabetes, mientras que para la prevención de la anemia este valor se establece en 226,5 nmol/L. Y si nos vamos al embarazo, el nivel óptimo para la prevención de defectos del tubo neural, como la espina bífida, se sitúa en esta etapa vital en 906 nmol/L.
La pregunta es, ¿existe un valor óptimo de folato para la mejora de la salud y la longevidad?
Y aquí es donde entramos en el concepto de valores de excelencia. Los valores de normalidad que conocemos, suelen dar indicios de enfermedad cuando ya está presente de forma incipiente, o en pleno desarrollo. Serían válidos para la prevención secundaria, para ralentizar el avance de la enfermedad. Sin embargo, los valores de excelencia aspiran a la prevención primaria, esto es, serían previos a la aparición de la enfermedad y su objetivo sería evitar o retrasar lo máximo posible su aparición.
Un ejemplo es la testosterona, donde se toma como referencia los valores mínimos relacionados con síntomas relativamente tardíos como el hipogonadismo. Sin embargo, valores incluso por encima de este límite, pueden resultar en síntomas como dificultad para recuperarse de la actividad física, para desarrollar o mantener la masa muscular, o repercutir de forma negativa en la libido. Además, se ha encontrado una relación entre niveles de testosterona, especialmente de testosterona libre en hombres, y mortalidad, “The implications of low testosterone on mortality in men“, NCBI, diciembre 2014.
Los valores de excelencia aspiran a la prevención primaria, esto es, serían previos a la aparición de la enfermedad y su objetivo sería evitar o retrasar lo máximo posible su aparición.
Esto puede ampliarse a muchos marcadores. Un reciente trabajo ha analizado la relación entre varios biomarcadores, la longevidad (lifespan) y los años libres de enfermedad (healthspan), a partir de datos procedentes de más de 12.000 suecos de entre 47 y 94 años, con un seguimiento de 16 años, Ebiomedicine. De los diez biomarcadores analizados, siete estuvieron relacionados con la enfermedad crónica y la mortalidad. Los dos parámetros con mayor relevancia fueron los de control glicémico, como la hemoglobina glicosilada (HbA1c) y la glucosa en ayunas, que se asociaron con aumento del riesgo (un 30%) y los niveles de HDL Colesterol (el bueno) con un efecto protector (8%). Estos tres biomarcadores tienen sus rangos de referencia y también sus niveles óptimos. Por ejemplo, la hemoglobina glicosilada (HbA1c), es un indicador de la glicación (caramelización) de las proteínas, que se produce cuando nuestros niveles de glucosa en sangre suben por la ingesta de hidratos de carbono, principalmente los de alto índice glucémico como el pan, la pasta, el arroz blanco o los dulces. Esta “caramelización” de las proteínas es una de las conocidas causas del envejecimiento celular y se mide a través de la cantidad de hemoglobina (proteína que está dentro de los glóbulos rojos) que está “caramelizada”. Cuando el porcentaje de HbA1c es superior al 6,4% podemos estar ante una diabetes, entre 5,7% y 6,4%, una prediabetes, pero su nivel óptimo y deseable para prevenir múltiples enfermedades y, como hemos visto en el artículo anterior, el propio envejecimiento, debería estar por debajo del 5,1%.
Como curiosidades, en este trabajo, se ha comprobado que el colesterol total elevado (algo en principio, no deseable) se relaciona con un menor riesgo de enfermedades crónicas y, por otro lado, que una elevación, por causas genéticas, de la proteína C reactiva (indicador de inflamación) se correlaciona con una mayor longevidad. Son paradojas que aún tenemos que terminar de comprender. Lo cierto es que resulta claro en este estudio que los parámetros de control glucémico, lípidos en sangre y marcadores de inflamación, son los principales predictores de salud o enfermedad.
Estamos a a favor de controlar los biomarcadores antes de la aparición de la enfermedad y actuar sobre ellos con cambios de estilo de vida, nutrición, ejercicio o fármacos para alargar tanto la longevidad como el tiempo de vida libre de enfermedad.
En mi práctica habitual controlamos los diez marcadores de este estudio, junto con una batería mucho más amplia que sobrepasa de largo la centena de biomarcadores, muchos de ellos con claros niveles de excelencia, a menudo alejados de los rangos de referencia convencionales. Tal y como argumenta este nuevo trabajo científico, compartimos su punto de vista a favor de controlar los biomarcadores antes de la aparición de la enfermedad y actuar sobre ellos con cambios de estilo de vida, nutrición, ejercicio o fármacos para alargar tanto la longevidad como el tiempo de vida libre de enfermedad.
Seguimos avanzando en la prevención, resolviendo las deficiencias subclínicas, aquellas que aparecen antes de que se manifiesten los síntomas de enfermedad, o de que los parámetros se salgan fuera del rango considerado de normalidad. Tanto los estudios científicos como los resultados obtenidos en clínica, apoyan esta nueva medicina preventiva del siglo XXI.
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