Si algo tienen en común las enfermedades más prevalentes en la actualidad, tales como la obesidad, diabetes, cardiovasculares o el propio envejecimiento, es la inflamación crónica. Hablamos de inflamación constante y de baja intensidad, en contraste con los procesos que se desencadenan en un episodio agudo. Veamos con detalle cómo, la inflamación crónica es el asesino silencioso de nuestro tiempo. Artículo publicado en la revista Alimente el 23/11/2020.
La inflamación tiene muy mala fama, pero es un proceso imprescindible en nuestro organismo. Los episodios intermitentes de inflamación que se producen ante, por ejemplo, una infección, son necesarios para que se pueda resolver esa agresión producida por un virus o bacteria. Las células del sistema inmune, entre otras funciones, se encargan de la producción de citocinas, unas sustancias inflamatorias que ayudan a reducir al invasor.
Los procesos inflamatorios, como toda buena película o novela, tienen un inicio, un desarrollo y un desenlace. En la última fase, de resolución, participan algunas sustancias como las resolvinas o las maresinas, derivadas de los ácidos grasos omega-3. De ahí, parte de su fama como sustancias “antiinflamatorias”, aunque todo es mucho más complejo. El resultado final es la eliminación del patógeno y la reparación y recuperación de tejidos.
Lo cierto es que los procesos inflamatorios agudos pueden ponernos en ocasiones en un aprieto. Pensemos en las famosas “tormentas de citocinas” que han saltado a la palestra como una de las causas de desenlace fatal por la afectación pulmonar, en los casos más graves de COVID-19, “Desactivando la tormenta: la estrategia que podría reducir el covid-19 a una simple gripe“, El Confidencial, abril 2020. Por lo general no obstante, los procesos inflamatorios están regulados fisiológicamente y son totalmente necesarios.
En la actualidad se reconoce que la inflamación está detrás de un amplio abanico de enfermedades crónicas
Pero existe otro tipo de inflamación. Menos intensa y por lo general, no percibida de forma directa por el que la padece. Esta inflamación silente, es conocida también como inflamación crónica de bajo nivel o inflamación sistémica crónica. Uno de los primeros indicios de esta situación se observó asociado a la obesidad. El tejido adiposo de personas obesas se encuentra inflamado, con una infiltración de macrófagos que rodean a los adipocitos, las células que almacenan grasa. Y se comprobó que la acumulación de grasa abdominal o visceral, asociada a peor estado metabólico que la grasa subcutánea, estaba también asociada a un mayor grado de inflamación y mayor riesgo de enfermedades como la cardiovascular.
En la actualidad se reconoce que la inflamación está detrás de un amplio abanico de enfermedades crónicas, responsables de más de la mitad de las muertes en el mundo, asociadas al infarto, ictus, cáncer, diabetes, enfermedad renal crónica, hígado graso no alcohólico, o enfermedades autoinmunes o neurodegenerativas. Un equipo que cuenta con destacados investigadores ibéricos, como Alejandro Lucía, o Pedro Carrera-Bastos, ha publicado una excelente revisión en la revista Nature Medicine, que pone los puntos sobre las íes en la relación entre inflamación crónica y salud, “Chronic inflammation in the etiology of disease across the life span“, naturemedicine, diciembre 2019.
La inflamación, juega un papel fundamental en el infarto.
Un aspecto sorprendente que muestran los autores y que confirma el papel de la inflamación crónica en el desarrollo de todas estas enfermedades, son los efectos colaterales observados en pacientes en tratamiento con los nuevos medicamentos biológicos. Los ensayos clínicos han mostrado como algunos de estos fármacos, dirigidos a reducir los niveles de algunas citocinas inflamatorias en el marco de enfermedades como la artritis reumatoide, también mostraban un menor riesgo de desarrollar Alzheimer, infarto de miocardio, ictus, o mejoraban su sensibilidad a la insulina. La reducción de riesgo cardiovascular se producía además de forma independiente a los niveles de colesterol LDL, demostrando que la inflamación, juega un papel fundamental en el infarto.
¿Por qué se produce la inflamación crónica?
Como no podría ser de otra forma, un conjunto de factores tanto internos como externos, van a actuar para iniciar y perpetuar este estado. A nivel interno, alteraciones relacionadas con el envejecimiento, tales como el daño en el ADN, el acortamiento telomérico, o el estrés oxidativo, favorecen la inflamación. Hay además una relación con el envejecimiento o senescencia celular. Normalmente, una célula que alcanza el fin de su ciclo vital entra en un modo denominado apoptosis o muerte celular programada. Sin embargo, algunas células pueden quedar en estado senescente. Estas células “zombis” segregan sustancias proinflamatorias. La inmunosenescencia, o envejecimiento de las células del sistema inmune produce desequilibrios que afectan al funcionamiento del sistema y que favorecen la inflamación. Toda esta constelación de vínculos entre la inflamación silente y el envejecimiento es lo que recientemente se ha denominado “inflammaging”, “Chronic Inflammation (Inflammaging) and Its Potential Contribution to Age-Associated Diseases“, Oxford Academic, junio 2014.
Como factores externos, contamos con las infecciones, especialmente las crónicas o de repetición, como las causadas por virus latentes que residen con nosotros (familia del herpes o Epstein-Barr), y aquellos factores relacionados con el estilo de vida: obesidad, microbioma alterado, mala dieta, tabaquismo o alcohol, contaminación ambiental o el estrés crónico y los factores psicosociales asociados. Una palabra que los autores del estudio en Nature utilizan, es la del exposoma: el conjunto de factores ambientales, entendidos como la exposición a factores físicos, químicos, biológicos o sociales.
¿Qué podemos hacer ante la inflamación crónica?
En primer lugar, aun no tenemos marcadores claros que nos permitan diagnosticar o identificar de forma fehaciente si un paciente la sufre. Disponemos eso sí, de marcadores generales de inflamación como la proteína C reactiva ultrasensible. Se están desarrollando en la actualidad métodos metabolómicos que combinan multitud de marcadores relacionados con la inflamación, para establecer un índice de riesgo con valor predictivo, que nos permita identificar este estado antes de que de la cara en forma de infarto o de otra enfermedad.
Lo que si que sabemos con certeza es que las personas con enfermedades metabólicas, sobrepeso, o que han sufrido de enfermedad cardio o cerebrovascular, o afecciones neurológicas o renales, llevan años sufriendo de inflamación crónica. Y que continuarán haciéndolo, si no se toman cartas en el asunto. También sabemos que el envejecimiento se asocia a mayor riesgo de padecer inflamación silente.
La medicina antienvejecimiento, es sin duda la medicina preventiva del siglo XXI. No se trata solo de vivir más años, sino de hacerlo con buena salud y calidad de vida.
Además de llevar un estilo de vida saludable, las terapias antienvejecimiento pueden mejorar y reducir la inflamación crónica. Y pueden hacerlo por actuar en varios mecanismos que hemos mencionado. Por una parte, los senolíticos como la quercetina, pueden reducir la cantidad de células “zombi” envejecidas. Podemos también cuidar la longitud telomérica, básicamente con buenos estilos de vida y controlando los niveles de estrés emocional, “Can meditation slow rate of cellular aging? Cognitive stress, mindfulness, and telomeres“, NCBI, agosto 2009. Mantener a raya el estrés oxidativo. Y podemos mejorar la función del sistema inmune, con buena dieta y el apoyo de la suplementación cuando sea preciso. Sin olvidar mantener un buen índice omega-3, “Más sardinas, y menos estatinas”, Gente Sana, septiembre 2020, que va a favorecer que la resolución de la inflamación funcione de forma adecuada.
En definitiva, cuanto más vamos conociendo sobre las enfermedades crónicas, más de manifiesto se pone que la medicina antienvejecimiento, es sin duda la medicina preventiva del siglo XXI. No se trata solo de vivir más años, sino de hacerlo con buena salud y calidad de vida. Y las estrategias que, a nivel molecular se están utilizando para mejorar la longevidad, traen en paralelo mejoras en la prevención de enfermedades crónicas, como las asociadas a la inflamación. No podría ser de otra manera, si queremos conjugar envejecimiento y salud.
No comments yet.